Me acuerdo de cuando decidí dedicarme
a ser terapeuta. Había algo me echaba para atrás. Pensaba, "tú
no eres una persona equilibrada, cómo vas a ayudar a los demás a
estarlo..."
Los terapeutas que conocía hasta el
momento me parecían seres tocados por la luz divina. Y yo con 24
años y después de mejorar tanto en mis propias movidas personales,
coño, quería ser así.
Así que tanto en mi proceso personal
como al principio de mi formación como terapeuta mi meta era
encontrar un supuesto Equilibrio o un poco de iluminación. Me
parecía que eso sería la base de mi bienestar y lo que me aportaría
la felicidad y la profesionalidad. Me puse unas normas con las que
seguro lo alcanzaría: Comer sano, meditar, estudiar mucho, hacer
ejercicio...
Pero no. Así no.
¿Qué es el equilibrio?
Es algo así como una estabilidad
entre diferentes fuerzas que actúan sobre un cuerpo, compensándose
y creando así una armonía.
Las diferentes fuerzas serían, en el
caso del ser humano, la fuerza del pensamiento, del deseo y la
energía que utilizamos para llevar a cabo lo pensado y/o deseado. Lo
puedo resumir a que: Estoy en equilibrio cuando lo que pienso, lo que
siento y lo que hago están en concordancia. Mi cuerpo, mi mente y mi
espíritu están alineados con el cielo y la tierra, y ahí todo
fluye.
Suena bien, y es lógico, dentro de lo
místico que suena dicho así.
Pero creo que en general estamos lejos
de estar ahí. Unos más que otros, y unos más conscientes de ello
que otros también...
Es fácil estar pensando una cosa pero
decir otra, por el miedo a los juicios o por no herir sentimientos...
O no querer hacer algo pero hacerlo... y viceversa, por temor a las
consecuencias... O simplemente algo como estar medándome encima
pero aguantar un rato más, porque tal y cual...
Así todo mi ser se va colapsando. Se
confunde... Así no hay equilibrio ninguno. No hay alineamiento.
Blackout. Y mi cuerpo a la larga acaba tan desalineado qué no sabe
funcionar en mi beneficio. Se escacharra, literalmente. Lógico
también.
Así que, volviendo al tema de mí
búsqueda, yo tenía claro que eso era lo que tenía que
conseguir.
Quería sentirme siempre bien serena y en mi centro.
Ser la luz que ilumina los caminos, el alma Zen que todo lo sabe y
todo lo soluciona... Algo que no soy. Y que no creo que exista.
Y es que en mi búsqueda había un
error. Un error de enfoque.
Es como querer quitarse todos los males
con pastillas, o que el día del examen o del juicio haya pasado, o
mil ejemplos que podría poner, que me encantan los ejemplos, para
decir que las metas no son esas. Las metas son los procesos. Los
procesos.
Descubrí que equilibrio no es lo que
hay que buscar o conseguir. Es solo una consecuencia.
Una consecuencia de SER. Y lo escribo
en mayúsculas porque no me refiero solo al verbo ser, sino a algo
más profundo. A la parte más original de la existencia
individual.
El objetivo si se puede dar como tal,
es el de vivir plenamente. Aprender a ser consciente de mí misma,
aceptarme tal como soy. Hacerme caso. De ahí sí que
surgen mejoras en mi bienestar y en la manera de relacionarme con el
mundo . De ahí puedo ser capaz de reconocer y desaprender
lo que no me sirve, aquellas creencias erróneas sobre mí misma,
incrustadas en mi persona. En mi personita.
No se trata de cambiar cosas de mí
para parecerme a un modelo ideal de Yo, poniéndome deberes y
obligaciones y cumpliéndolos por norma, sino ser Yo de verdad, sin
censura. Si me acepto con mis virtudes y mis defectos, dejarán
de ser tan virtud o tan defecto para ser sencillamente Yo. Y eso
causa bastante equilibrio, bastante mucho.
Vivir plenamente es lo más parecido a
ser libre. Amarme a mí misma y también a consecuencia de ello, a
los demás. De una manera auténtica.
El equilibrio surge del proceso, de
vivir cada momento a tutiplén y aprehender en el camino.
No es pasar por la vida a medias,
persiguiendo ideales preestablecidos, siendo víctima de mi carácter
y culpando las circunstancias. (¿suena?)
Y no es un equilibrio estático, ya que
nada es estático. Todo está en constante movimiento, todo se mueve
en ciclos. Pero la cuestión es que puedo pasar de vivir en un
constante torbellino a vivir en una constante danza. Como un vaivén.
Dejándome llevar, y llevando. Sin lucha. Sin desenfrenos ni
desesperos.
Así estoy ahora, en continua
evolución-estancamiento-evolución. Sigo siendo un Caos con patas.
Pero he aprendido a disfrutarme. Y desde ahí voy alineándome con
el universo constantemente. No desde las normas seguidas a rajatabla.
No desde el esfuerzo forzado (que no quita que salir de la zona de
confort sea todo un curro).
Y por lo tanto el "ayudar a los
demás a estarlo" que decía al principio, es una visión
errónea. Esa no es la misión. Yo no voy a equilibrar a la persona
que tengo delante. No puedo. Y tampoco es mi responsabilidad. Lo que
yo sí puedo hacer es acompañar a la persona en sus procesos, a que
se mire a sí misma, a que se note a sí misma, a que sea consciente
de sus propios movimientos. Ella es la que a través de la
observación y el contacto va a avivar su propia consciencia y va a
encontrar su propia manera de danzar su realidad.